El Hornillo es una bella población que bien podría pasar por andaluza; de cal reciente y geranios en las ventanas, que aparece de pronto como suspendida en el aire rodeada de castaños, nogales y cerezos, como enmarcada en lienzo de imposible olvido, de calles en media pendiente, con pilones de aguas frescas que suenan y dan alegre bienvenida a nuestra llegada.
Tres paisanos sentados a la fresca --; sin duda descendientes de Don Álvaro de Luna--, condestable que fue de estos territorios, nos contemplan con curiosidad y tras nuestro paso cuchichean entre sí posiblemente tratando de adivinar el trayecto que hemos seguido dada nuestra indumentaria y nuestras mochilas que nos identifican claramente.
Frente a la ventana, respirando hacia el lado del aire nuevo se asoma una mujer de ojos dorados y crueles que nos ve pasar arrastrando nuestro cansancio, nuestras miradas se mezclan, una madre a la puerta de la casa acuna a su hijo en el carrito mientras habla animadamente por teléfono y calle arriba cruzamos nuestros pasos con dos mozas serenamente altivas, con la mirada inmóvil y con un modo de andar como de cierva huidiza que les hace parecer inmunes a lo que les rodea.
Llegamos a la plaza en la que ya se encuentran todos nuestros compañeros disfrutando las cervezas en animada charla. Siguen faltando los tres que han quedado atrás en exceso de confianza. Mientras me cambio los calcetines entablo conversación con Celso; que dice ser natural del pueblo, pero que ha trabajado en Alcalá de Henares, jubilado, un tanto esmirriado, sus gafas de miope le dan un ligero aspecto de desamparo.
Por fin conseguimos comunicación con los tres que nos faltaban, están a quince minutos del pueblo. Mientras llegan y tomo mi bebida , repaso mentalmente nuestro día desde el arranque a las siete de la mañana en Canillejas; 32 montañeros que completan el pequeño autobús que aparca sin problemas en el Nogal del Barranco y se ponen en marcha a las diez y cuarto . Un incidente simpático nos obligó en la carretera de Extremadura a parar en una gasolinera y recoger a dos despistados que hubieron de correr para recuperar sus botas ; me recuerdan a la cuadrilla de toreros de Berlanga que olvidaron los trastos de matar en el autobús que les llevaban al pueblo , acabaron en el pilón , nosotros no hicimos eso y les acogimos calurosamente , con tanto calor como el que hizo en la subida hasta el Victory , aunque eso ya estaba previsto.
Como a algunos les parece poco el recorrido, lo añaden con una subida a La Mira. Yo me quedo con Ángel disfrutando del regato de agua fresca en el que bañamos nuestros pies y esperamos al grupo. El grupo regresa de La Mira e iniciamos el ataque a La Tarayuela, son tachuelas y vaivenes agrestes y divertidos en los que después de recorrerlos decidimos comer. Alcanzamos el Puerto del Peón donde nos reagrupamos... y observamos que nos faltan tres a quienes tratamos de localizar telefónicamente sin éxito. Pepe Zapata les ha visto bajar por otro punto, además son conocedores de la ruta y ello nos tranquiliza.
Una ligera brisa atenúa el calor de los rayos solares que aderezan el largo camino de descenso hasta alcanzar el refugio de Mingo Fernando donde un perro vela el sueño de un personaje que dormita dentro; descansamos en brevedad apresurada y desde aquí tomamos el asfalto que nos acompañará ya hasta El Hornillo. Hay un rumor invisible de agua continua y algunos gritos de infantiles bañistas que nos llegan a través del pinar , comemos exquisitas moras y cerezas, algunos no resisten la tentación del chapuzón urgente en una poza.
Ya han llegado los tres que faltaban y para cumplir el objetivo salimos ligeramente después de las ocho de la tarde.
Por el camino, de regreso, echo la vista atrás, y veo Gredos bañado en un color cárdeno que se funde con el gris cerril de la montaña mientras el esplendor efímero de otra tarde se va para siempre y llegamos a Madrid a las once según lo previsto sin ningún incidente.
Gracias a todos por ayudarnos a pasar otro día inolvidable, sin vosotros esto no sería posible.