De este modo, llegamos a Berzosa del Lozoya, el día está fresco y menos las bajas de última hora, el autobús va completo. El personal se cambia de calzado, coge la mochila y comienza a caminar.
Tenemos que atravesar el pueblo cuesta arriba para coger la pista que lleva al Collado del Portillejo. El Pico Picazo se queda a la derecha y nosotros torceremos a la izquierda, dirección norte, para hacer la cuerda que nos lleva por la Sierra del Lobosillo hasta Peña de la Cabra y el Alto del Porrejón.
Pero esto es anticipar mucho. Primero hay que quitarse ropa, que una vez fuera de la zona de umbría del pueblo y habiendo entrado en calor al subir al collado, empieza a sobrar.
El día está muy luminoso, despejado y al andar por la cuerda disfrutamos de buenas vistas en ambas vertientes a cada paso que damos.
Se anda bien, la cuerda es amplia, el camino está bien marcado, no es pedregoso y no es necesario ir todo el rato mirando al suelo.
En continuos sube-bajas vamos pasando por Pico Albirigaño, Peña Parda, Peña Labanto y Peña del Águila. Donde pequeños grupúsculos de la horda pegasiana reponen fuerzas comiendo algo de fruta y frutos secos.
Voy haciendo de escoba, aunque esta vez se me ha olvidado traerla y por lo tanto prenderla de la mochila.
Hoy, el día permite tener las manos libres para caminar al tiempo que se comen pipas. Y eso hago.
Se me viene a la mente, no se por qué, aquella vez, muchos años ha, yendo hacia Cueva Valiente, aquel grupo de majorettes haciendo malabares con el que nos cruzamos en medio de la espesura del bosque , con el frío que hacía, mientras hacíamos una trocha. Hoy pegaría más con el calor que está haciendo.
Mientras, Cantarero, que ha secundado el llamamiento de este humilde coordinador, de hacer un alto en el camino y disfrutar de una buena gurmetada, nos cuenta la suya especialidad, en efecto, preparada por el mismo y que ha traído para deleitar nuestro sibarita sentido del gusto: paté suave de anchoa, sobre canapé de pan tostado, una delicia.
A esta altura de la ruta, nos comunican por la emisora que los más rápidos del grupo, han llegado a Peña de la Cabra. Mientras nos encaminamos al Alto de las Rozas, también por la emisora, nos dicen que otra parte del grupo está en el Collado de la Tiesa y que no saben si ir a La Cabra o acercarse ya al refugio para compartir viandas, … gran dilema.
Ya llevamos prácticamente 3 horas de marcha y me están entrando bastantes ganas de hincarle el diente al “tortillote”, que el día de ayer, el de Navidad, estuve cocinando.
Como no puede ser de otra manera, somos de los últimos en llegar al collado de la Tiesa. Solo faltan aquellos que se han ido a Peña de la Cabra y que en breve, también regresarán.
Sorprende ver a tanta gente en las inmediaciones del refugio. El día se presta, para la época del año en que estamos, muchos están de manga corta, alguno se ha cambiado y puesto el pantalón corto.
Ha habido buena acogida a la propuesta de comer algo juntos y brindar por una nueva temporada plagada de atractivas actividades.
De esta manera, podemos degustar estupendos embutidos, quesos, sabrosas empanadillas, croquetas, hojaldres, canapés de pasta de anchoa servido en bandeja de metal (vaya tela), redondo de ternera y mammut asado. Todo ello regado de distintos vinos, cavas y sidras. De postre, chocolate, polvorones, mantecados y demás alpistes, aportados por el Club y los distintos participantes.
Por fin, llega nuestro querido presidente de Peña de la Cabra, no podía saltársela, nunca había estado en este pico y le tenía ganas. Después de estar ya atiborrados con tanta comida, saca el medio kilo de lomo ibérico que se había comprometido a traer, ofrece y solo podemos probar porque no nos cabe más en la talega.
Reanudamos la marcha hacia Las Pedrizas como paso previo a divisar las torres de comunicación que se encuentran en los aledaños al Puerto de la Puebla. Por aquí pasa la carretera M-130 que llega a Puebla de la Sierra. Es una delicia bajar el puerto en bici (bonitos recuerdos). Pero hoy, tenemos que ir en otra dirección, subir andando al Cerro Montejo y así divisar el Contadero, pico al que ascendemos por una trinchera. Siendo el único punto en el que necesitamos impulsarnos, agarrándonos a las rocas para llegar a su cima.
Al ladito, está el Alto del Porrejón. Se divisa gente en la cumbre y se observan restos de nieve. Muchos desfilan por el vértice geodésico para hacerse la foto de rigor, disfrutar de la panorámica hacia la Cuerda de la Astilla y antes de empezar el descenso, dedicar un momento a echar la vista atrás.
Es en este punto, cuando algunos de nuestros compañeros, a los cuales nos sumamos, deciden mandar un mensaje de ánimo a nuestra añorada y convaleciente amiga “Marisa”: ¡Te queremos con nosotros en 2017!
Las horas de luz van menguando y tenemos que continuar camino si no queremos hacer uso de los frontales (que por otro lado siempre hemos de llevar en la mochila) en el tramo final.
Ahora empieza un descenso en el que habremos de tener cuidado si no queremos dar un culetazo. El camino transcurre por zona de umbría, hay hielo, el brezo se nos enreda en los pies y las piedras que algunas veces nos sirven de apoyo, otras veces resbalan.
Esta es la zona más rocosa de la ruta de hoy y las lajas de esquistos se dibujan como auténticas navajas. Deja de ser abrupta en las proximidades del Collado Salinero. Aquí un pequeño grupo, espera a los tres últimos rezagados.
Estando ya todos reunidos, faldeando en ligero descenso, recorremos la senda que nos acerca al Cerro El Morro, al que para coronarlo, inevitablemente hay que tensar de nuevo las bielas.
Es la última vez, ya se ve La Hiruela al alcance de la mano. Solo queda descender, casi campo a través, utilizando como referencia las señales de GR pintadas en la corteza de los árboles.
Por un pequeño y pronunciado tramo de pista, topamos con la carretera que en poco más de medio kilómetro, nos deja en el aparcamiento de entrada al pueblo, donde nos espera el autobús con las puertas de la bodega abiertas, para dejar las mochilas y correr a tomar un ligero refrigerio al Bar Social La Hiruela, situado en la plaza del pueblo frente al ayuntamiento.
Pero todo lo bueno dura poco y a grito de ¡En 5 minutos nos vamos!, tenemos que emprender camino hacia el autobús para no quedarnos en tierra.
A las 18:00 horas arrancamos hacia Madrid sin ningún incidente, ni empacho. Es por ello, que los últimos polvorones nos los comemos en el propio autobús.
Para finalizar, agradecer a los participantes el buen ánimo demostrado, la aportación de delicatesen que hemo podido disfrutar a mitad de la ruta. Emplazamos a todo el mundo a repetirlo el próximo 30 de diciembre de 2017.
Hasta la próxima, un abrazo.
Jesús Esteban