A.D. Grupo de Montaña Pegaso
BTT
Navahermosa
5 y 6 de octubre de 2024
Viernes, 4 de octubre.
Los que llegamos pronto aprovechamos para cenar de raciones en el restaurante “Cibeles”, marcando así el principio del aspecto gastronómico de este fin de semana.
Sábado, 5 de octubre.
El sábado comenzó algo fresco, debiendo usar manga larga 16 de los 17 ciclistas que nos apuntamos al evento. La excepción fue nuestro amigo Carlos D, el exbombero, que está “más fuerte que el vinagre” pues, no contento con los días de BTT que le esperaban, el día anterior se había marcado una exigente ruta con la bici de carretera, ascendiendo al mítico “Alpe D’Huez”… toledano.
Como el hotel Alameda, donde se alojaron todos los ciclistas menos yo, que dormí en mi casa, no abría la cafetería hasta las 10, ambos días tuvimos que tomar el desayuno en el bar “The Garrison”, ya concertado, que se encuentra de camino. Todo el mundo alabó la amabilidad del personal.
Con la tripa llena nos fuimos hasta el ayuntamiento de Navahermosa, decorado a la antigua usanza para celebrar la Virgen del Rosario, patrona de la localidad. Allí, mi amigo local Isidro, también ciclista, nos hizo la foto de grupo, al que se permaneció vinculado hasta el final de la actividad.
A continuación, partimos en suave subida por el Carril del Castillo, una ancha pista que deja a un lado la semiderruida fortaleza árabe de Dos Hermanas, donde se nos unió otro amigo ciclista local, Jesús. Él fue quien, precisamente, sugirió una variante en la ruta para evitar el paso por una inclinada rampa con piedras sueltas que nos conducía hasta una propiedad privada recientemente cercada por su dueño.
El coordinador no comunicó a todo el mundo el cambio y, en lugar de indicarlo, se puso a seguir el rápido paso que llevaban los “galgos” que iban por delante, Jesús y Pepe, pues tenía miedo a perderse. El resultado fue que una parte del grupo quedó descolgada y, en una intersección con el camino de vuelta, decidió ir… ¡por el camino de vuelta! Es decir, se pusieron a hacer la ruta al revés...
Tras unos minutos de confusión, Jorge pudo establecer comunicación mediante móvil (echamos de menos unos trasmisores) con los que iban en sentido contrario. Gracias a la dirección de Jon y de Carlos D, todos nos reencontramos y emprendimos camino hacia el plato fuerte del día: la empinada subida al Puerto del Robledillo y la posterior bajada técnica desde el Puerto del Marchés.
Ciertos integrantes del grupo decidieron no subir, ocasión que aprovechó Isidro para llevarlos por una agradable ruta alternativa en torno a San Pablo de los Montes y a la pedanía de Las Navillas.
La subida, con hasta un 26% de pendiente (Raúl lo vio), hizo que el grupo se dispersara. La difícil bajada no ayudó al encuentro, aunque, por fortuna, nadie se cayó: unos, por dominar la bici, y otros, por ser prudentes y bajarse a tiempo.
Nos reagrupamos cerca del cementerio de Las Navillas y seguimos por amigables caminos de “sube y baja” hasta el embalse del Torcón, lamentablemente con muy poca agua.
El camino prosiguió hasta el siguiente incidente: José Francisco pinchó y cuatro “ingenieros” nos dispusimos a ayudarle.
La siguiente prueba fue vadear la cabecera del río Torcón, represado otra vez más arriba, donde más de uno nos mojamos los pies.
Ya sólo quedaba un obstáculo: salir del valle por un cortafuegos. ¡Eso estaba hecho! El problemilla es que el grupo se había estirado tanto que algunos llegaron al hotel hasta una hora antes que los últimos, quienes nos dirigimos al restaurante del Club Hípico, donde nos repusimos con generosidad de tanto ejercicio.
El coordinador tenía concertada, a las 16:45, una visita guiada al castillo templario de Montalbán, a media hora en coche desde Navahermosa. Como no llegábamos a tiempo y el guía no nos ofreció ninguna alternativa, hubo que cancelarla, declarándose libre el resto de la tarde-noche.
Los más viajeros decidieron visitar la Ermita de Santa María de Melque, visigoda, y el Puente de la Canasta. Otros no se quisieron quedar sin castillo y treparon hasta el navahermoseño. Los demás pasearon o se echaron la siesta.
Por la noche, una parte del grupo decidió cenar opíparamente en el hotel. Otros preferimos contemplar el triunfo del Real Madrid desde el casino del pueblo, gracias a la invitación de Isidro, que es socio.
Domingo, 6 de octubre.
El domingo nos saludó con mejor temperatura, aunque luego se fue enfriando. En esa ocasión, otros dos amigos ciclistas del pueblo, Miguel y Javier, se unieron a los ya mencionados, Isidro y Jesús. Por su parte, Belén decidió no salir y, en su lugar, visitó el bonito paraje del Chorro, en el término municipal de Navalucillos.
El pelotón ciclista, tras coronar la tortuosa subida a la Ermita de la Milagra por un camino estrecho y pedregoso, decidió hacerse la foto de rigor con la bandera del club en ristre.
Continuamos luego hasta el pequeño pueblo de Hontanar, encajado en un valle muy bonito, desde donde comenzamos a subir, a subir, a subir…
Primero, ascendimos, siempre por pista, hasta el Camino de los Porches, que tomamos para seguir subiendo hasta el Collado de la Madroña. Los más fuertes no pararon, sino que abordaron directamente la escalada hasta el Corral de Cantos, una de las mayores elevaciones de los Montes de Toledo. Otros, antes de seguirles en tan cansado afán, nos paramos a tomar resuello e ingerir el habitual platanito. Hubo algunos, probablemente los más inteligentes, que decidieron no subir y continuar la ruta. Otros, prudentes, subieron sólo un poco y se dieron la vuelta.
En lo alto del pico nos esperaba una espesa niebla, ayudada por un viento frío que no animaba a quedarse. Esa fue la causa de que no nos hiciéramos otra foto de grupo y de que no pudiéramos admirar las excelentes vistas que ese lugar ofrece y que favorecen la vigilancia veraniega contra los incendios que ocasionalmente perturban a paz de la zona.
Tras el dolor llegó el placer: una vertiginosa bajada hasta el Collado y otra, menos rápida pero más bonita, por el Camino de Valcavero, salpicado por varios ríos de piedra. Finalizado el camino, enlazamos plácidamente con el Carril del Castillo, por el que seguimos bajando hasta la ducha, las cervezas y los aperitivos.
Y el fin de semana terminó como había empezado: comiendo.
De nuevo acudimos al restaurante del Club Hípico, donde diez de nosotros degustamos un cocido, seis se decantaron por un arroz con bogavante y uno pidió una tempura.
Esther no se quedó a comer, pues tenía una entrada para visitar el Parque Nacional de Cabañeros (a una hora en coche), lo mismo que habían hecho Pepe y Sara el viernes.
¡Y este cuento se acabó!
Coordinador: Julián Rodríguez.