El ámbito por el que nos movemos se distorsiona; las voces aplastan el silencio vertical que se apodera del lugar en la soledad que representa la montaña.En ocasiones la luz se revuelve con dificultad para llegar a través de los pinos que nos rodean mientras vamos ganando altura por la sierra de Los Porrones a la que llegamos desde el aparcamiento donde dejamos tres autobuses que han venido repletos.
Desde este claro contemplo al fondo la antigua zona de acampada y los restos de la vivienda donde dicen que vivió el tío Obdulio. Obdulio; al decir de las gentes de Manzanares el Real, hablaba con las cabras y con los gatos, aunque parece que estos no le hacían mucho caso y se limitaban a contemplarle acurrucados al lado de la lumbre en las gélidas noches de invierno de La Pedriza, sin embargo las cabras le respondían con nerviosos balidos cuando arrancaba la leche de sus tetas. Cuentan que el tío Obdulio desapareció una mañana otoñal, de vientos feroces que arrastraban las hojas de los robles hasta la Charca Grande del Manzanares. Ese día Obdulio bajó al pueblo con la cántara repleta a dejar la leche y dijo que había matado a la Amalia por celos. Por la noche una de sus gatas apareció en el castillo, con los ojos de color rojo vivo, y como en una sonrisa continua repitió una y otra vez la historia de su amo. El boticario aterrado cerró la botica y los vecinos fueron a la iglesia donde concluyeron que era el diablo quien se hacía presente por medio de la gata. Cuando empezaron a superar el miedo subieron al prado a buscar a Amalia quien no apareció, al tiempo que la fría Charca Grande se fue tiñendo de un apacible e intenso color verde.
Ahora; muchos otoños y muchos musgos después, contemplo el azul inmaculado del cielo, sin una nube, mientras imagino la escena de Obdulio asesinando a la Amalia con la gata negra como testigo. Subimos del Collado de Las Vacas a Maliciosa, el calor va haciendo huella, una hilera multicolor de compañeros me precede; hemos establecido dos controles de paso y en el Collado del Piornal está el primero de ellos, aquí se bifurca la marcha que iniciará un rápido descenso a La Barranca.
Otros ascendemos a Guarramillas; siempre que subo por aquí tengo el capricho de tomar baños de hojas, cosa imposible dado el pedregal que nos acompaña. Con la mirada puesta en Las Cabrillas, en nuestro descenso encontramos un numeroso grupo de compañeros que salen del bar del Teleférico; indudablemente la sed aprieta.
Alcanzamos el segundo control y nos enfrentamos a los divertidos toboganes del roquedal y en el mirador hacemos un alto para comer.
Un descenso rápido nos lleva a La Barranca donde nos espera un final de fiesta con la mejor sangría y las mejores patatas fritas del mundo. (Este año como novedad hemos tenido tarta; habría que considerar la entrega de un premio a la mejor idea, y yo votaría por quien se le ocurrió esta). Ningún incidente, sorteos, regalos, abrazos, risas… ¿Se puede dar más…?
Levanto la vista y contemplo Maliciosa, tal vez el espíritu de la gata negra de Obdulio nos esté observando desde allí.
Autor: J. Goñi
(El jubilao)