A cuentagotas, y procedentes de diversos lugares, los participantes hemos ido llegado en coches particulares la noche anterior y nos hemos alojado en el hotel La Bella María, en la cercana localidad de Pinos Genil. Con disciplina espartana hemos madrugado y, tras cubrir el breve recorrido de aproximación, estamos en el parking del Cerro Sevilla, prestos a caminar.
Siempre hay un punto de emoción en el inicio de cada ruta. En esta ocasión quizá sea mayor. Es la primera vez que Pegaso se interna en esta parte de Sierra Nevada y quien más, quien menos, comprende rápidamente que se trata de un paisaje muy diferente de las altas cumbres nevadenses que todos, o casi todos, conocemos. La sorpresa es grande, casi ninguno lo suponía.
El día está relativamente despejado y el frío aprieta. El rigor de la helada matutina aún se hace sentir, y en cierto modo reconforta. Se dan, pues, las condiciones perfectas para un excelente día de media montaña. Con estos mimbres huelga decir que más que salida hubo estampida.
A poco de iniciar el camino —a unos 200 metros— tomaremos a la derecha una empinada rampa que nos situa ya en la Cuerda del Trevenque. Casi desde el comienzo la inconfundible silueta del cerro que vamos a subir está permanentemente a la vista, y no nos abandonará ya casi nunca a lo largo de la jornada. Es la cumbre señera de este sector de Sierra Nevada.
Con ese referente avanzamos por el lecho del Barranco del Búho hasta un lugar llamado La Esfinge. El grupo ya está fraccionado, pues cada uno va al ritmo que le resulta más cómodo y se demora a su antojo en la contemplación de este auténtico desierto de dolomías.
Poco después de sobrepasada La Esfinge, comienza la ascensión al Cerro del Trevenque propiamente dicha. No tiene dificultad, pero la parte final tiene bastante inclinación y el esfuerzo se redobla. La recompensa —ya en la antecima— vale la pena: de repente se hace visible parcialmente la cuerda de los “tresmiles nevadenses”, desde el Veleta hasta al Cerro del Caballo.
Un poco más y llegamos a la estrecha cumbre. El día está ya casi completamente despejado, y la vista es —en sus 360 grados— impresionante. Al oeste, puede verse con claridad la textura especial de dolomías de los arenales por donde hemos transitado. Se trata de una singular rareza geológica: las capas tectónicas más antiguas han aflorado y están por encima de las más modernas (los arenales), que las rodean como si de una orla se tratara. Al este, la cuerda de los tresmiles se muestra ya en todo su esplendor. El año no está siendo prodigo en nieves, pero hay la suficiente para ver el entorno en su natural condición invernal.
Tras una breve estancia en la cima para recuperar el resuello e “inmortalizar” el momento, comenzamos el descenso por otra cara.
La pendiente es mucha, el terreno está muy suelto y es muy fácil resbalar. Hay que tomárselo con calma. Por la dificultad, y por el paisaje circundante. La nieve se incrusta desigualmente en los recovecos de barrancas y torrenteras jaspeando las laderas.
Llegados al Collado Martín, nos dividimos. Algunos compañeros deciden hacer una ruta corta, adentrándose directamente en el Arroyo de Aguas Blanquillas. Otros se acercan al Puntal de los Mecheros. Y el resto se encaminan por el PR A-21 hasta la Fuente de Cortijuela: pista entre pinares que recorremos en un “pis pás”, con la compañía siempre vigilante del Trevenque. Desde abajo semeja un cucurucho de arena, como el que pudiera hacer cualquier niño en la playa.
La Fuente de Cortijuela es el punto de desvío al GR-20, que recorremos entre densos pinares, hasta el Collado de Matas Verdes, donde tomamos un pequeño camino que, atravesando el bosque, nos conduce al Collado del Pino, a 2043 metros. Aquí —al este— ya divisamos con claridad la estación de sky de Prado Llano, con una refulgente ristra de coches atascados en su carretera de acceso. A al noroeste la Vega de Granada.
A poco de iniciar la dura subida por la Loma de los Panaderos hasta la cuerda de la Loma de Dílar, comenzamos a pisar la nieve y no nos queda más remedio que ponernos los crampones, pues las placas de hielo pronto empiezan a ser muy extensas.
En la cuerda —a 2300 metros de altitud— las vistas de los “tresmiles”, a tiro de piedra, y de los Hoyos de Zamarrillar, por donde trascurre el profundo tajo del río Dílar, invitan a detenerse para tomar el merecido almuerzo. Alguno comenta jocosamente que podríamos seguir por la loma hasta el Veleta. Quizá en otra ocasión, no es tan descabellado. El viento apenas sopla, ya no hace frío y el día está completamente nítido. Si le sumamos la majestuosidad del entorno, se podrá comprender que hubo que hacer un serio esfuerzo de voluntad para reanudar la marcha en dirección al Collado Martín.
El descenso es muy tendido, y la nieve facilita la progresión al cubrir los matorrales. Poco a poco vamos dejando atrás el tajo que forma el río Dílar y —a medida que perdemos altura— nos adentramos en praderas de media montaña.
Llegados al collado Martín, se produce una nueva escisión: 4 compañeros deciden hacer la ruta más larga de las previstas y bajan desde el collado al río, lo atraviesan y se aventuran por el sendero —no siempre claro— que conduce hasta la Cruz de Contadero, donde toman el descenso por la Cuesta del Pino, que los deja en un punto donde convergen todas las rutas que hemos planeado. Cubren este recorrido sin incidente de ningún tipo.
El resto nos adentramos en el río de grava —literalmente, sin comillas— que es el Arroyo de Aguas Blanquillas (por donde unas horas antes comenzaron el regreso otros colegas).
Por suerte no está prevista la más mínima probabilidad de lluvia; una tormenta por estos pagos a buen seguro que no es cosa de broma.
Seguimos por el lecho hasta encontrarnos con la pista que habrá de conducirnos al Refugio Forestal de Rosales, con espectaculares vistas de los Atalayones de Dílar. Tras avituallarnos en su fuente, continuamos descendiendo hasta llegar a la caseta de la Toma de Aguas del Canal de la Espartera, punto donde se desvía parte del caudal del río Dílar y se reconduce a la Central Eléctrica de Nuestra Señora de las Angustias.
Desde la Toma de Aguas ya solo nos queda hacer el fantástico sendero del Búho, una senda muy bonita de unos 4 kms, con impactantes vistas del tajo del río Dílar, que nos conduce al parking. Algunos de quienes han hecho la ruta corta y de quienes,
habiendo hecho la larga, han corrido lo suficiente, se van a Granada, hasta la hora de la cena en el hotel de Pinos Genil, donde nos reunimos todos, reponemos fuerzas y cambiamos impresiones del día. Sin duda ha merecido la pena.
Domingo, 10 de febrero de 2019.
El día también es magnífico. Tras recorrer de nuevo la distancia entre el hotel de Pinos Genil y el parking del Mirador de la Espartera, nos encontramos con lo que, sin duda, fue lo más peligroso del fin de semana. La ruta que tenemos prevista comienza con un recorrido de unos 2 kms por una pista al borde del barranco del Arroyo de Huenes. Está prácticamente helada en todo su recorrido, hasta el Puente de los Siete Ojos, y hay que tener mucho cuidado para no caer estrepitosamente.
Llegados a ese puente tomamos la senda que sube hacia el Pico de la Carne. A medida que avanzamos vemos en lontananza la cumbre de la Boca de la Pescá, los Atalayones del Dílar, y unas sierras al fondo que desconocemos. Pero no demos ver la Vega de Granada, a esta hora está cubierta por un manto de nube baja. La subida cómoda, aunque poco a poco el terreno va descomponiéndose, predominando las dolomías. En la cima del Pico de la Carne tenemos una vista hermosa del Trevenque. Se puede apreciar mejor que en ningún otro sitio que, en realidad, es un aislado “cucurucho de arena”, con un “telón de fondo impactante”.
El brevísimo descenso nos sitúa en una especie de altiplano, denominado Llano del Chopo, en el que los picos que vamos a visitar (el Cerro Gordo, el Cerro de las Minas, el Tamboril y el Pico Huenes) no son más que meras tachuelas separadas por bosquecillos y matorral en los que no siempre es fácil orientarse. Eso sí, tachuelas con excelentes vistas. En cerro Tamboril vemos un “vértice geodésico” muy peculiar, impoluto y en perfecto estado de revista.
Avanza tranquilamente la jornada y en el Pico Huenes por fin despeja y podemos tener una panorámica parcial de la ciudad de Granada y su alfoz. Tristemente no es posible ver la Alhambra, o no la sabemos reconocer desde este privilegiado mirador, que también puede ser.
Descendemos del Huenes, no sin que antes el amigo Marian, en un prodigio de equilibrio, deje su huella y su reto a los vientos.
Nos internamos por un hermoso pinar hasta encontrarnos con la senda —el PR A-20— que lleva al Refugio Forestal de Fuente Fría (en ruinas), de donde parte una senda claramente marcada que ya no abandonaremos nunca hasta la pista de inicio. Al principio el sendero transcurre por un bosque de pinos, luego se convierte en un camino al borde de un barranco. No tiene ninguna dificultad, y es suficientemente ancho, pero hay tramos —la zona del Tajo Colorado— un poco aéreos. Es en todo caso una senda deliciosa que desemboca en la pista por donde iniciamos la ruta.
Como el primer día, cada uno fue a su ritmo y, al terminar, siguió —en orden a la merecida cerveza— el criterio concordado con los compañeros de su coche antes de partir a Madrid.
Por fortuna no hubo que lamentar ningún incidente, y es de justicia agradecer a todos los participantes su entusiasmo, su buen hacer, su generosidad y su cordialidad, ingredientes que contribuyeron a armar dos buenas jornadas montañeras, de las que hacen afición.
Asimismo es de justicia agradecer la labor callada y en la sombra de nuestro común amigo Arturo, sin cuya desinteresada dedicación todo esto sería mucho más difícil. Lamentablemente no pudo acompañarnos por una inoportuna indisposición a última hora, pero, como suele decirse en el ambiente… el Trevenque continuará ahí.
Hasta la próxima.
Coordinador de la actividad: Jesús Álvarez